¿Qué es un día de perros? ¿Y de perracas?

Ahí donde lo veis no es ni más ni menos que una combinación "prácticamente perfecta" como Mary Poppins.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Top 7. Una canción pa cada día de la semana (de perracas)


Número 4
Ni más ni menos que la canción de las Perracas de cada miércoles...


Y, por si os quedáis con ganas de más...



viernes, 18 de diciembre de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

¡Bufff, qué hambre que tengo!
(Inventario del blanco páramo de mi nevera)

Este es el panorama que, en líneas generales y salvo que el día de antes haya pasado por la cocina-self service de mi madre, suele ofrecer el níveo horizonte del frigorífico de esta casi-treintañera-soltera-del-todo, con menos tiempo todavía que ganas de pasar sus ratillos libres en la cola del Mercadona.

LEJA SUPERIOR:
1. Medio limón exprimido y vuelto a exprimir. Imposible sacar ni media gota más, viendo los puntiagudos pelillos de la pulpa que apuntan, amenazantes, hacia el exterior del fruto, con los que sin duda bien podría hacerme la manicura.
2. Un cachito de papel de aluminio que oculta algo y, en su interior, un ente mohoso que oculta a su vez lo que creo debió de ser en su momento algo comestible.

2ª LEJA:
3. Un pack de mini quesitos de Burgos de Arias de la última dieta que intenté hacer, allá por el año pasado, a juzgar por la fecha de caducidad que me encuentro en el envase.
4. Otro trocito de papel de aluminio. Miedo me da. Me pongo los guantes de fregar los platos e inspecciono el interior, en plan CSI. Es la corteza de un queso manchego, que mis dientes ávidos se encargan de roer mientras prosigo con el examen.

3ª LEJA (la de las verduras y ensaladas).
5. Un pepino que más parece una cría de caimán que un pepino.
6. Medio sobre de lechugas varias marca Florette, cerrado con una pinza de tender. Me entra la duda de si esta marca incluía el aliño, viendo el ‘aguachirri’ marronáceo en el que parecen flotar la col lombarda y la escarola.
7. Los champiñones que brotaron de los champiñones que brotaron de unos champiñones.
8. Un bote de espárragos blancos que venían en la cesta de Navidad del curro, intacto, sin abrir. Por un momento casi brinco de la alegría; ah, no. Que es que no me acordaba de que no me gustan los espárragos blancos.
9. Unos dientes de ajo sueltos con halitosis aguda.

4ª Y ÚLTIMA LEJA (la de la fruta):
10. Una manzana. ¿O es una naranja? Nooo, es una manzana. Le hinco el diente y resulta ser una pera pocha.

ESTANTES DE LA PUERTA DEL FRIGO:
· Huevera: De nuevo, ni asomo de huevos (en el frigo, claro; me sobran de los otros, que me pesan demasiado como para tomarme la molestia de ir al súper).
· Estante central: un bote de mayonesa vacío y un bote de kétchup con el agujerito por el que sale la salsa más reseco que mi gaznate. Imposible sacar nada de allí.
· Estante inferior: una botella de agua rellena con agua del grifo. A su lado, un brick de leche desnatada; ¡Eureka!, pienso. Siempre me puedo preparar un tazón de Nescafé. Cuando vierto la leche en la taza, me doy cuenta de que no tengo ni para un chupito.
Con este panorama, y con el hambre pelechera que me muerde el estómago, decido probar suerte con el congelador. ¿Y allí qué es lo que encuentro?
· Un par de cubiteras sin cubitos.
· Hielo, muuucho hielo por todas partes. Claaaro; normal que no me hiciesen falta las cubiteras. De hecho, al fondo del todo, entre estalactitas y estalagmitas creo vislumbrar un yacimiento glaciar de lo que fue una pechuga. Pero como no he estudiado arqueología, me convenzo de que no estoy lo suficientemente cualificada para practicar tal excavación, así que doy a la pechuga por perdida por el fin de los tiempos.
· En una pared lateral, me parece ver pegado el bigote de una gamba. A punto estoy de ponerme a dar lengüetazos por encima, a ver si lo engancho, pero me viene a la cabeza esa escena de Dos tontos muy tontos y prefiero no tentar a la suerte.

Desesperada y de muy mala leche, cierro todas las puertas del frigo. Mi blanco páramo se transforma de una en una florida pradera, rebosante de flyers de restaurantes de comida a domicilio, bien sujetos por docenas de imanes de esos mismos restaurantes.
Y entonces es cuando decido que hoy, y por tercera vez en lo que va de semana, me apetece comer pizza.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Nuestra primera seguidora... ¡Qué ilu más gorda!

Hoy, al abrir nuestro blog, las Perracas nos hemos llevado una grata sorpresa... ¡Tenemos una seguidora!
Pues sí, pues sí; y además se trata ni más ni menos que de otra perraca de pura cepa... A la vista está con esta foto aparecida en prensa. Solo una auténtica perraca podría dejar al mismísimo Matt Dillon con esa cara de sorpresusco mayúsculo.
Por eso, y por la foto, que tiene mérito, hemos decidido nombrar a Luisa, nuestra primera y más preciada fan, Perraca de honor. Nuestra más sincera enhorabuena por tan preciado galardón, guapimma. Te guardo el recorte de prensa para cuando nos veamos y, ya sabes: si te animas a compartir algún Día de Perros y Perracas con nosotras -que sabemos que tienes varios-, ¡este es tu sitio!

viernes, 25 de septiembre de 2009





Matt Dillon in Albacete





INTRO

Cuando me lo dijeron, no pude evitar que la boca se me abriese como la de un besugo en alta mar: “¿Qué me estás contando? ¿Matt Dillon en Albacete?”. Y eso que me le comentó alguien serio y bien informado, que si no me lo hubiese tomado a cachondeo. A partir de aquel momento y durante toda la semana, me he dedicado a hacer la prueba con amigos y parientes: efectivamente, el resultado es el mismo –solo que a mí me toman un poco más en broma, así que después de la primera carcajada escéptica, siempre me ha tocado reiterarme-.


No es que Matt Dillon sea el santo-santísimo de mi devoción, aunque sí es cierto que algo de admiración despierta en mí. Quieras o no, lloré mi puñadito de lágrimas adolescentes con el libro de Rebeldes, para luego ver ansiosa esa adaptación al cine de la que poco recuerdo, salvo a él. Y después me lo volví a encontrar en Beautiful Girls, qué película; Super Duper Beautiful Girls, la hubiese titulado yo. Cuántos dedos de la mano no me hubiese dejado mutilar por ser algo parecido a esa Uma Thurman o esa otra Natalie Portman, pero, sobre todo, por haber podido participar en aquel momento culmen de la peli en el que todos en el bar se ponen a cantar el Sweet Caroline de Neil Diamond, momentazo de los pelos como escarpias, no me digáis que no.


Y así seguía apareciendo de vez en cuando Matt Dillon por mi vida, de una y casi sin esperarlo, y casi siempre de tipo más que jodido, ya fuese borracho, vividor o poli sobón… pero ¡oye! Que siempre que se dejaba ver, me alegraba la película. Por todo eso, cuando me dijeron que venía aquí, a Albacete, y aun sin ser la súper estrellita de primer orden en el firmamento hollywoodiense, algo dentro de mí se removió. Quizá por eso también no me cuadraba la historia. Recuerdo que pensé: “¿Y cómo lo habrán convencido? ¿Lo habrán dormido antes de subir al avión, como a M.A. Barracus, o no será que este alarde de medios también nos va a costar un pico a los albaceteños, como el III Centenario?”. Pero hete ahí que no; fuentes fidedignas de Las Perracas nos han revelado que el actor viene simplemente en calidad de invitado. Que sííí, que vaaale… que hay que pagarle el vuelo en First Class y el hotelángano y excentricidades varias, pero vamos… que nosotras casi que opinamos que lo contrario hubiese sido justamente lo rarito. Que vale, que los medios para cubrir la entrevista han sido requetequetecontados… pero es que también se le perdona, ¿o no? Para aguantar entrevistas con reporteros embuchándole el jamón o el queso para que opine acerca de los productos de la tierra, pues casi que cualquiera sin ser Matt Dillon se hubiera quedado en casa. Que sí, que también las cláusulas han sido más que estrictas en cuanto a horarios y cometidos, y que la celebridad pasa de hacerle el favor a la señora alcaldesa de que lo lleven de comida-exhibición por ahí… pero es que nosotras pensamos que ¡vamos! Con esa compaña, ni al Callejón (y eso que le tenemos ganas al dichoso sitio).


Así que, entre esa admiración pasada y la perfecta empatía del presente, de la chimenea de Perraskina y Perraskuza salió una espesa fumata blanca, y decidimos que había que plasmar el momento a cuatro manos y dos tintas.
Matt Dillon recorre con paso cansado la moqueta de la suite principal, whisky on the rocks en mano. Pocos se imaginan que en realidad lo detesta, o lo detestaba. Lleva tanto tiempo metido en el papel de actor venido a menos que ya no sabe quién es quién. Se detiene a mitad de camino, frente al ventanal, y echa el undécimo vistazo; lo primero que observa es el reflejo que el cristal le devuelve. Tendría suerte si fuese un tipo cualquiera: un par de arrugas aquí y allá y unos mofletes que, aunque amenazan con caer como los telones de Broadway, aún se mantienen en su sitio. Pero él no es un tipo cualquiera: él es Matt Dillon, y las líneas de su rostro son demasiadas para el anuncio de aftershave en plan “madurito interesante”. Tampoco es que le quiera dar demasiada importancia, pero en el fondo no puede evitar pensar que cada muesca del paso del tiempo señala a la vez un trabajo perdido.

Resignado, aparta la mirada del reflejo y fija la vista en el exterior. “What the fuck…?", parece musitar. Allá donde su vista nublada por el alcohol alcanza a ver, encuentra, y por este orden: el asfalto desconchado de un par de carriles por los que se arrastran renqueantes un Citroën 600 y un Seat Ibiza; una plazoleta desabrigada con fuente central, en la que cuatro chorretes intermitentes se suceden y a los que cuatro chavales se entretienen en escupir, mientras apuran una litrona caliente; y, al fondo, una especie de escultura a tamaño real de un provinciano con gorra y atuendo de paisano, incluida bandolera al cuello por la que asoman los detalles de una docena de mangos de cuchillo. ¡Pero qué cojones le pasará a este pueblo grande con los chuchillos! Al lado del hotel, ―el mejor de la ciudad, Mattie, I promise―, cuatro tiendas con los escaparates a rebosar de cuchillos, ¡cuatro! ¿Desde cuándo el centro de una ciudad está lleno de tiendas de cuchillos? “Oh, shit!”, murmura Matt Dillon reclinando la cabeza hacia atrás y soltando un suspiro con aroma etílico.

Tap, tap ―alguien llama suavemente a la puerta de la habitación.

Y Matt Dillon chasquea la lengua con desagrado, y a punto está de callarse y no contestar, a ver si cuela y logra engañar al personal y simplemente quedarse allí, en silencio, emborrachándose. Pero al otro lado de la puerta insisten e insisten, así que no le queda otra que pasarse los dedos por la gomina del cabello en un gesto desesperado y dirigirse a abrir.

Tras la puerta aguarda su manager, esa cincuentona recauchutada que le ha acompañado a lo largo de toda su carrera, en las duras y en las maduras. Y Matt Dillon no se engaña, que han sido más bien duras. Sí, es cierto que los críticos del business no le han dado demasiados palos, pero también lo es que no ha conseguido ser una celebrity de primer orden ni le ha llovido el dinero, que digamos. Y en todas esas su manager ha estado ahí, impertérrita, lo mismo para los flashes de la alfombra roja que para los de la salida de la cárcel, aquella vez en que el aburrimiento lo había llevado a conducir en condiciones “más bien malas”, como diría después ella a los periodistas. Ahora la tiene delante, con su clásica sonrisa de silicona de oreja a oreja y sin siquiera pestañear, como siempre que le tiene que convencer de que algo es fabuloso cuando en realidad es una puta mierda.

Are you ready for the show, sweetheart? ―Siempre le llama cariñito y moñadas así cuando le va a mentir, en este caso refiriéndose a unos cientos de fans que esperan expectantes cuando él apostaría su whisky a que se trata más bien de un puñado de paletos curiosos. Y la sonrisa artificial se va estirando un poco más, a punto de resquebrajarse.

Matt Dillon vuelve a chasquear la lengua antes de replicar entre vociferios:

Of course I’m not! What the…? ―y deja la pregunta en el aire callándose la boca con un sorbo largo de alcohol, cabreado pero satisfecho de no terminar una frase con la que solo conseguiría herirla. Más calmado tras el lingotazo, mueve la cabeza a ambos lados como un boxeador que se prepara para el último asalto y prosigue, bajando un tono el timbre de voz, repitiendo en voz alta la pregunta que le ronda la cabeza, ¿podría, por favor, repetirle el nombre del sitio que se veía a través del ventanal?.

La manager, sin perder la sonrisa fotogénica ―no se sabe bien si es estudiada o es que el botox no le permite desbloquear la mandíbula― le susurra que ya se lo ha dicho un montón de veces, many, soooo many times

―Shut the fuck up, you bitch! ―ruge ahora Matt Dillon. A tomar por culo el ejercicio de contención. Que a él no se la pega, que está mayor, y algo borracho, pero por supuesto que recuerda perfectamente lo que le dijo tantas y tantas veces.― Harvard, you said! ―le espeta casi escupiendo.

Y la manager, sin mudar ese gesto de muñeca de ventrílocuo ni tan siquiera ruborizarse, como si fuese la cosa más natural del mundo le susurra entre la silicona de los morros:

And that’s exactly where you are, Mattie… In Harvard! In Harvard… seitei.

(Para los que queráis indagar más todavía en la visita de Matt Dillon a Albacete y en el Festival Internacional de Cine de Albacete Abycine, aquí va el enlace al programa.)
¡¡¡¡Nos vemos en los cines!!!!

miércoles, 23 de septiembre de 2009

¿Cómo terminamos una historia que hemos liado tanto que no hay donde pillarla?

1. Todos están muertos, pero no se habían dado cuenta.
2. Aparece un muerto, o moribundo en su defecto.
3. Todos están muertos, y es más, están en el limbo.
4. Se cargan a algún personaje.
5. Un personaje se carga al narrador y nos quedamos sin voz que siga contando la historia.
6.
7.
8.
9.
10.
Guardar como borrador

De los orígenes...

Día de perros y perracas, o De perdidos al río

¡Birip, birip! ¿Ya? No puede ser ya el despertador, si me acabo de dormir, si no he pegado ojo en toda la noche con este calor que se me pega a la nuca y a la entrepierna y a las legañas, ¡birip! Pues va a ser que sí, que suena; ¡porco verano! Qué ganas de que llegue el invierno, y el vaho gélido que se escapa de las bocas, y la funda nórdica y la chupa de cuero. ¡Shhhhhhh! Me ducho en un plis y la tomo con el armario, ¡qué desastre, mírate! Si pareces el montón del mercadillo, y yo con cero ganas de ponerme a rebuscar, hoy tengo el día macarra, pues mira, camiseta negra y vaqueros negros, aunque me dé una pájara por el camino. Además, ya llego tarde al curro.

¡Pirirí, pirirí! Sí, ¿buenos días? Sí, le paso. ¡Pirirí! Sí, ¿buenos días? ¡Perraskinaaaa! ¡Espera, Chief Leader, que estoy al teléfono! Sí, le paso. ¡Perraskinaaaa! Llama y compra, y corrige y redacta y traduce y entrega. Ok, Chief Leader. ¡Pirirí! ¡Perraskinaaaaa! ¿Has hecho eso? Sí, sí, aquí… ¿Lo has acabado? Pues dame y toma y coge y envía. ¡Chief Leader, que no, que no te decía a ti, que es que estoy al teléfono! Sí, le paso. ¡Pirirí! ¡Perraskinaaaa! Por la pantalla del ordenador veo asomar el cabezón verde de algún conocido, que me reclama por el Messenger.

Perraskuza: ¡Buenas, perraca! ¿Qué haces?
Perraskina: Pos ná, currando. T escribo con los dedos d los pies, pq tengo en una mano el cable dl teléfono y en el otro el cuello d mi jefe, que d hoy no pasa q me lo cargue.
Perraskuza: ¡Jajajaj! Bueno, pues pa desestresar esta noche t invito a unas cañas, q s mi santo.
Perraskina: ¡Anda! ¡Felicidades, wapa! Perdón por el despiste, ya sabs q el santoral no es lo mío.
Perraskuza: No t preocupes. ¿Donde siempre a la hora d siempre?
Perraskina: Guay. Allí nos vemos. T dejo, que está sonando el teléfono.


Tres y pico, en casa de nuevo, tan cansada que prefiero aguantarme los retortijones de la hambruna –bbrrrr― antes que ponerme a cocinar. Plaff; caigo en el sofá y veo el capítulo de Perdidos y me duermo antes de que acabe, con las gafas de medio lado, y sueño con islas desiertas sin teléfonos ni jefes, solos Sawyer, el macizorro de la serie, y yo, correteando por playas y estaciones Dharma ocultas entre vergeles. Despierto una horita después, chorreando de sudor. Abro el portátil sobre la mesita, chan chan chán; tengo un mail nuevo, los comentarios del profe del curso de escritura creativa al que me apunté con Perraskuza. ¡Joder! Lo que me faltaba, con el día que llevo; ultranarración, dice que se llama mi problema, y creo entender que lo achaca a mi ego, y me toca la moral en un ramalazo algo infantil; ya he dicho que hoy tengo el día macarra. ¡Pssss! Echo un pis, camuflo el tufillo dulzón de la siesta con colonia y salgo a la calle, a ver si le compro algún detalle a Perraskuza antes de la cita.

¡Tachán! Ya estoy en El Toribio, nuestro punto de reunión habitual. Blablabla; el rumor de la multitud que se amontona en la terraza es abrumador, ¡con la que está cayendo, cómo aguantarán! Menos mal que Perraskuza, al igual que yo, prefiere la cercanía de la barra y el frescor del aire acondicionado. No falla, ahí está, en la penumbra del local, tan rubia, tímida y bonita, tan como es ella, tan opuesta a mí. ¡Felicidades, guapimma, mmuaca! ¡Graaaciaas, mmuaca! Te he comprado una cosilla. Eres una tontaca, no tenías por qué, ¡anda la leche! ¡Pero si es un Moleskine de escritora profesional! Hombre, pos claro, ¿qué te crees que somos ya? Hay que llevarlo siempre encima, y más los días de cañas. Perdonad, ¿os pongo algo? Psí, ¿qué bebes tú, Perraskuza? Yo, clara. Vale, pues clara y a mí me pones ya directamente tercio, y así no te molesto tanto. Marchando, guapas. ¡Uy! ¿Nos ha dicho guapas, el camarero, es que lo conoces? ¿Yo? No; este creo que es nuevo. ¡Vaya con el camarero nuevo! Pues él tampoco está nada pero que nada mal, mmmmhh.

La noche se desarrolla como siempre. Glup, glup, glup, ¿has visto hoy Perdidos? Sí, paranoia de serie; ¿dónde coño estarán? Glup, vete tú a saber, en un reality a lo Gran Hermano, o lo mismo están todos muertos y la isla es una especie de purgatorio, glup glup. ¿Les has echado un vistazo a los comentarios del profe de escritura? Sí, glup, ¡jaj! Creo que me ha dicho que tengo el ego por las nubes, que por eso me enrollo y tal, ni una cosa buena me ha puesto; oye, y esta cerveza, ¿de dónde ha salido? Ha venido el camarero nuevo por detrás y te la ha puesto. ¿Ah, sí? Además de guapo, majete, ¿no? ¡Oyeeee!, que le estaba diciendo a mi amiga que eres muy majo. Y el tío buenorris con pintilla alternativa me echa una sonrisa a lo Sawyer que casi me caigo del taburete. Glup, camarero nuevo, camarero nuevo, ¿cómo te llamas? Me llamo Barmad. Encantadísima, Barmad; esta es Perraskuza, y yo soy… Tú eres Perraskina, la traductora, me dice con otra de sus sonrisas de neón. ¡Annda! Qué te parece, Perraskuza, mi fama de traductora me precede. Sí, tu fama te precede, pero no la de traductora, perraca. ¡Ja! Muy buena esa frase, glup glup; abre el Moleskine que la noche promete.

¡Aay! Perraskuza, creo que me he enamorado. Pues que sepas que te acaba de dejar otra cerveza detrás de ti. ¡No jodas! ¿Ves? Es el hombre de mi vida, ahí, pendiente de que su perraca no pase sed; pero ¡Barmad de mi vida!, ven a fumarte el cigarro del recreo aquí con nosotras, no te quedes ahí. Ffffff, ¿y de qué hablabais, princesas? Bah, cosas sin importancia, glup, del amor, y de Perdidos. ¿En serio, fffff, de Perdidos? Me encanta Perdidos. ¿Ah, sí? Pues me encanta que te encante Perdidos, glup. Pues a mí, traductora, me encanta que te encante que me encante, y también me encantas tú. Y alguien lo reclama desde la otra punta de la barra, y me abandona dejando el rastro de miel de su sonrisa y a mí levitando del taburete, flotando sobre las volutas de humo y los rasgueos de la guitarra a medio gas de los altavoces. ¡Neeeena!, baja de las nubes y métele un trago a la cerveza, anda, que te chorrea la baba, ¡jejej!. Qué fuerte, Perraskuza, glup: qué fuerte. Con el día tan macarra que llevaba, y yo sin saber que hoy iba a conocer al futuro padre de mis hijos; si es que ya me los imagino, tan bonicos ellos, de carnes rosadas y prietas, alimentadas por el gran ego de su madre y por las cervezas de su padre. Abre el Moleskine, por favor, y apunta esta fecha, que luego siempre se me olvidan los aniversarios. Glup; ¡pero bueno, Barmad, si has vuelto! Ni te había visto; oye, ¿tienes algo que hacer el resto de tu vida? Fffff, guapa: si me esperas a la hora de cierre, pasarla contigo. ¿Te parece?

Y mientras que veo a Perraskuza abrir su Moleskine para tomar nota, yo asiento enérgicamente. Mira qué suerte que parece que el día, al final, no va a ser tan malo como pintaba. Glup.