¿Qué es un día de perros? ¿Y de perracas?

Ahí donde lo veis no es ni más ni menos que una combinación "prácticamente perfecta" como Mary Poppins.

viernes, 25 de septiembre de 2009





Matt Dillon in Albacete





INTRO

Cuando me lo dijeron, no pude evitar que la boca se me abriese como la de un besugo en alta mar: “¿Qué me estás contando? ¿Matt Dillon en Albacete?”. Y eso que me le comentó alguien serio y bien informado, que si no me lo hubiese tomado a cachondeo. A partir de aquel momento y durante toda la semana, me he dedicado a hacer la prueba con amigos y parientes: efectivamente, el resultado es el mismo –solo que a mí me toman un poco más en broma, así que después de la primera carcajada escéptica, siempre me ha tocado reiterarme-.


No es que Matt Dillon sea el santo-santísimo de mi devoción, aunque sí es cierto que algo de admiración despierta en mí. Quieras o no, lloré mi puñadito de lágrimas adolescentes con el libro de Rebeldes, para luego ver ansiosa esa adaptación al cine de la que poco recuerdo, salvo a él. Y después me lo volví a encontrar en Beautiful Girls, qué película; Super Duper Beautiful Girls, la hubiese titulado yo. Cuántos dedos de la mano no me hubiese dejado mutilar por ser algo parecido a esa Uma Thurman o esa otra Natalie Portman, pero, sobre todo, por haber podido participar en aquel momento culmen de la peli en el que todos en el bar se ponen a cantar el Sweet Caroline de Neil Diamond, momentazo de los pelos como escarpias, no me digáis que no.


Y así seguía apareciendo de vez en cuando Matt Dillon por mi vida, de una y casi sin esperarlo, y casi siempre de tipo más que jodido, ya fuese borracho, vividor o poli sobón… pero ¡oye! Que siempre que se dejaba ver, me alegraba la película. Por todo eso, cuando me dijeron que venía aquí, a Albacete, y aun sin ser la súper estrellita de primer orden en el firmamento hollywoodiense, algo dentro de mí se removió. Quizá por eso también no me cuadraba la historia. Recuerdo que pensé: “¿Y cómo lo habrán convencido? ¿Lo habrán dormido antes de subir al avión, como a M.A. Barracus, o no será que este alarde de medios también nos va a costar un pico a los albaceteños, como el III Centenario?”. Pero hete ahí que no; fuentes fidedignas de Las Perracas nos han revelado que el actor viene simplemente en calidad de invitado. Que sííí, que vaaale… que hay que pagarle el vuelo en First Class y el hotelángano y excentricidades varias, pero vamos… que nosotras casi que opinamos que lo contrario hubiese sido justamente lo rarito. Que vale, que los medios para cubrir la entrevista han sido requetequetecontados… pero es que también se le perdona, ¿o no? Para aguantar entrevistas con reporteros embuchándole el jamón o el queso para que opine acerca de los productos de la tierra, pues casi que cualquiera sin ser Matt Dillon se hubiera quedado en casa. Que sí, que también las cláusulas han sido más que estrictas en cuanto a horarios y cometidos, y que la celebridad pasa de hacerle el favor a la señora alcaldesa de que lo lleven de comida-exhibición por ahí… pero es que nosotras pensamos que ¡vamos! Con esa compaña, ni al Callejón (y eso que le tenemos ganas al dichoso sitio).


Así que, entre esa admiración pasada y la perfecta empatía del presente, de la chimenea de Perraskina y Perraskuza salió una espesa fumata blanca, y decidimos que había que plasmar el momento a cuatro manos y dos tintas.
Matt Dillon recorre con paso cansado la moqueta de la suite principal, whisky on the rocks en mano. Pocos se imaginan que en realidad lo detesta, o lo detestaba. Lleva tanto tiempo metido en el papel de actor venido a menos que ya no sabe quién es quién. Se detiene a mitad de camino, frente al ventanal, y echa el undécimo vistazo; lo primero que observa es el reflejo que el cristal le devuelve. Tendría suerte si fuese un tipo cualquiera: un par de arrugas aquí y allá y unos mofletes que, aunque amenazan con caer como los telones de Broadway, aún se mantienen en su sitio. Pero él no es un tipo cualquiera: él es Matt Dillon, y las líneas de su rostro son demasiadas para el anuncio de aftershave en plan “madurito interesante”. Tampoco es que le quiera dar demasiada importancia, pero en el fondo no puede evitar pensar que cada muesca del paso del tiempo señala a la vez un trabajo perdido.

Resignado, aparta la mirada del reflejo y fija la vista en el exterior. “What the fuck…?", parece musitar. Allá donde su vista nublada por el alcohol alcanza a ver, encuentra, y por este orden: el asfalto desconchado de un par de carriles por los que se arrastran renqueantes un Citroën 600 y un Seat Ibiza; una plazoleta desabrigada con fuente central, en la que cuatro chorretes intermitentes se suceden y a los que cuatro chavales se entretienen en escupir, mientras apuran una litrona caliente; y, al fondo, una especie de escultura a tamaño real de un provinciano con gorra y atuendo de paisano, incluida bandolera al cuello por la que asoman los detalles de una docena de mangos de cuchillo. ¡Pero qué cojones le pasará a este pueblo grande con los chuchillos! Al lado del hotel, ―el mejor de la ciudad, Mattie, I promise―, cuatro tiendas con los escaparates a rebosar de cuchillos, ¡cuatro! ¿Desde cuándo el centro de una ciudad está lleno de tiendas de cuchillos? “Oh, shit!”, murmura Matt Dillon reclinando la cabeza hacia atrás y soltando un suspiro con aroma etílico.

Tap, tap ―alguien llama suavemente a la puerta de la habitación.

Y Matt Dillon chasquea la lengua con desagrado, y a punto está de callarse y no contestar, a ver si cuela y logra engañar al personal y simplemente quedarse allí, en silencio, emborrachándose. Pero al otro lado de la puerta insisten e insisten, así que no le queda otra que pasarse los dedos por la gomina del cabello en un gesto desesperado y dirigirse a abrir.

Tras la puerta aguarda su manager, esa cincuentona recauchutada que le ha acompañado a lo largo de toda su carrera, en las duras y en las maduras. Y Matt Dillon no se engaña, que han sido más bien duras. Sí, es cierto que los críticos del business no le han dado demasiados palos, pero también lo es que no ha conseguido ser una celebrity de primer orden ni le ha llovido el dinero, que digamos. Y en todas esas su manager ha estado ahí, impertérrita, lo mismo para los flashes de la alfombra roja que para los de la salida de la cárcel, aquella vez en que el aburrimiento lo había llevado a conducir en condiciones “más bien malas”, como diría después ella a los periodistas. Ahora la tiene delante, con su clásica sonrisa de silicona de oreja a oreja y sin siquiera pestañear, como siempre que le tiene que convencer de que algo es fabuloso cuando en realidad es una puta mierda.

Are you ready for the show, sweetheart? ―Siempre le llama cariñito y moñadas así cuando le va a mentir, en este caso refiriéndose a unos cientos de fans que esperan expectantes cuando él apostaría su whisky a que se trata más bien de un puñado de paletos curiosos. Y la sonrisa artificial se va estirando un poco más, a punto de resquebrajarse.

Matt Dillon vuelve a chasquear la lengua antes de replicar entre vociferios:

Of course I’m not! What the…? ―y deja la pregunta en el aire callándose la boca con un sorbo largo de alcohol, cabreado pero satisfecho de no terminar una frase con la que solo conseguiría herirla. Más calmado tras el lingotazo, mueve la cabeza a ambos lados como un boxeador que se prepara para el último asalto y prosigue, bajando un tono el timbre de voz, repitiendo en voz alta la pregunta que le ronda la cabeza, ¿podría, por favor, repetirle el nombre del sitio que se veía a través del ventanal?.

La manager, sin perder la sonrisa fotogénica ―no se sabe bien si es estudiada o es que el botox no le permite desbloquear la mandíbula― le susurra que ya se lo ha dicho un montón de veces, many, soooo many times

―Shut the fuck up, you bitch! ―ruge ahora Matt Dillon. A tomar por culo el ejercicio de contención. Que a él no se la pega, que está mayor, y algo borracho, pero por supuesto que recuerda perfectamente lo que le dijo tantas y tantas veces.― Harvard, you said! ―le espeta casi escupiendo.

Y la manager, sin mudar ese gesto de muñeca de ventrílocuo ni tan siquiera ruborizarse, como si fuese la cosa más natural del mundo le susurra entre la silicona de los morros:

And that’s exactly where you are, Mattie… In Harvard! In Harvard… seitei.

(Para los que queráis indagar más todavía en la visita de Matt Dillon a Albacete y en el Festival Internacional de Cine de Albacete Abycine, aquí va el enlace al programa.)
¡¡¡¡Nos vemos en los cines!!!!

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